“Las mujeres de América Latina somos urdimbre y tejidos diversos de historias de vida”
Por Angélica Pacheco
Myriam Ortíz, tejedora de Villa de Leyva de Boyocá de Colombia, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, relata la trama de la vida presente en los hilos de la urdimbre del arte de la vida cotidiana de mujeres y la fuerza que las une como oportunidad para enfrentar los diferentes tipos de violencia de América Latina. Una mujer maravillosa, artista del telar, de la palabra y de la experiencia entre silencios.
-Espérate, llegó mi vecina… se ríe y recibe algo de ella.
– ¡Ay, gracias! Un zapote (se ríe, feliz)
-Le traigo un pedacito de torta (vecina)
– ¡Torta! (vuelve a reír) ay, qué rico.
-Es un gran regalo para mí.
-Oiga ¿ya almorzó o compartimos el almuerzo?…
-Lo compartimos, pues.
-gracias, ¡ay! te daría un zapote.
Yo fui criada en una de las veredas de La Sabana. Nunca tuvimos donde vivir. Mis papás pasaban de finca en finca, de vereda en vereda, sembrando, cuidando animales, entre ellas, las ovejas. Me marca mucho una tradición que son las abuelas (cuidadoras). Una de ellas, una mujer mayor, que vivía sola porque sus hijos ya se habían ido, le dice a mi mamá: ‘oiga, déjeme a la china pa’ que me acompañe’. Y ahí me dejaron estar con ella. De ellas… porque fueron varias abuelas en diferentes partes, observo y aprendo.
Empiezo a acoger todo lo que transmiten estas abuelas sin hablar mucho. Estaba muy pequeñita, pero las veía; a doña Rufina, por ejemplo, una abuela que ayuntaba bueyes, araba, sembraba, cargaba la cosecha al hombro, la echaba en las burras y en los burros, la llevaba (cosecha) a la avenida para venderla en el pueblo. Esa fuerza de la mujer… que en la noche cogía la lana y empezaba a prepararla y, en las mañanas, esquilaba la oveja, luego molía el maíz en la piedra para hacer la comida, la mazamorra, ordeñaba la vaca y cuajaba la leche para hacer queso fresco… veía a esa mujer en silencio, haciendo de todo. Me decía: ‘páseme, vaya y saque los huevos del nido de la gallina. Téngame aquí para poder echar esta leche a la vasija. Ayude a pelar esta mazorca pa’ desgranarla’.
Mi mamá también se iba a trabajar y, de vez en cuando, nos dejaba solos. El único momento en que podía estar a su lado era mientras tejía, en silencio. Fue el momento en que más sentí a mi madre, el resto (del tiempo) eran regaños: ´mire por qué no hizo ésto, mire por qué dejó mal amarrado al ternero… hay que traer la leña pa’l fogón’. Pero, en ese momento de silencio, mientras estaba tejiendo a la luz de una vela o de una lámpara, allí estábamos con ella. Eso creó otro nivel de comunicación. Todo fue así, en silencio, con las mujeres.
La comunicación del tejido
Comprendo la técnica para luego hacer que se comunique. Veo que el otro aprende una técnica y se está comunicando. Esa técnica se comunica conmigo para hacer y comunicarse. Es importante aprenderla para tener desde dónde comunicar. Entonces, a través de la mujer se comunica el tejido. Observando a mi mamá es lindo, porque voy observando y la mente va aprendiendo. Más adelante cuando aprendo, siento mayor destreza y habilidad y me sorprende y digo ¡uy! ¿cómo logré hacerlo? Pero sé que se ha comunicado a través de la observación y de las manos de mi mamá, desde niña, desde las abuelas haciendo desde la lana, destilando, tejiendo, haciendo…
El tejido me comunica un mundo hermoso para poder expresar y comunicar lo que tengo adentro. Hay algo que las abuelas siempre nos contaron del tejido, la urdimbre y los hilos del telar. Nos cuentan y nos transmiten eso, con eso nacimos, nosotras somos una urdimbre y ¿qué es? Nacemos con aire, respiración, con movimiento, viento, olores y sabores, todo lo que hay; la tierra donde nos podemos parar. Esa es la urdimbre. Pero la trama es lo que nosotros hacemos con todo eso: el camino de la vida. Vamos tejiéndonos, en diferentes formas al azar, un tafetán, tejido de punto, de elástico, las texturas, pero, finalmente, sale mi tejido que es mi propio ser y experiencia y es cómo me monté sobre esa urdimbre, y cómo la tejí.
A mi edad (48 años) tengo que voltear a mirar cómo fue ese tejido y cómo puedo tejer cosas nuevas sobre esa urdimbre y no pasar desapercibidamente, ni distraídamente, si no con más consciencia y empezar a tejer… yo siento que ahorita mi ser teje otra cosa, hace un tiempo tejía cosas con (el ritmo) de este acoso del sistema y una sociedad sin pausa; y dije: ‘no es por ahí’ y (volví a) tejer más despacito y entregar, ojalá, esos hilitos, tejidos y pasadas más hermosas que voy a darle a la humanidad, a mi entorno, a mi comunidad. Desde donde el otro puede leer mi tejido. Con mi historia de vida, con mis formas, con mis colores, con mis movimientos; y, yo también, puedo leer esa comunicación con el tejido de la otra, tejidos que me tocan el alma y yo digo es tan sencillo, pero me está diciendo tanto de la otra. Me está comunicando el alma, esa comunicación en silencio que un alma comunica a la otra de las formas, texturas y colores. Esa persona quiso plasmar eso y yo lo observo y mi alma tiene que dialogar.
La práctica de escribir la trama
En este taller donde estoy ahora (Villa Leyva) somos 35 mujeres. Ahorita con la pandemia (efecto) somos muy pocos. Algo pasó que volvimos a empezar. Hemos tenido la oportunidad de ayudar a mujeres con problemas de depresión, de bipolaridad, de esquizofrenia. Es que las artes son una maravilla y es triste que la humanidad no caiga en cuenta y consciencia que esto es lo que realmente salva a la humanidad.
Fue duro (covid-19). Siento que humanamente removió muchas cosas. Sacudió todo. Estamos reubicando todo. Cambia las formas de percibir, de sentir, de consciencia. Ese cambio interior se está aún elaborando en cada uno y todavía en cada uno demora mucho en elaborarse. Estamos en eso. Y tal vez la vida nos regala esto o, tal vez, no. Para que estuviéramos interiormente revisando muchísimas cosas y revisando qué habíamos tejido en la vida: conmigo misma ¿qué he tejido?, con mi familia, con mi entorno social y cultural, mi territorio, con el de al lado, con el que sufre, con el que está triste; ¡qué había para la vida! Y, cómo nos puso en el límite de la vida y la muerte que nos lleva volver a retomar y crear nuevas cosas de nosotros mismos. Y, creo, que esto ayuda a que naciera una nueva humanidad y que está naciendo aún. En cualquier momento no va a ser la misma humanidad. Esperemos que no haya cosas que atrofien este momento. Que no se frustren en ese proceso de libertad que nos lleva a ese límite de sentir la muerte. Es que debemos ser libres. Esa libertad de expresión, de expresarse, de contar, a mí me impresiona mucho, que mujeres hemos sido abusadas de niñas y no lo hemos podido contar, muy pocas han podido contar que han sido abusadas, agredidas, las abuelas, terriblemente, seres que han sido muy maltratadas.
Debemos comprender el proceso de la mujer. Siento que sí hemos avanzado, pero debemos avanzar mucho más. Faltan muchas cosas. Hay mucho maltrato, mucho abuso, si bien algunos casos han tenido cierta justicia -la ley algo ha logrado hacer- pero (el avance) no es sólo desde ahí; es hacer consciencia desde el valor que tiene la mujer. Es instrumento para dar vida a la humanidad, del vientre de la mujer nace la humanidad. Es sagrado. Todo lo que puede comunicar la mujer, si es dadora de vida, ¡cuánto tiene para comunicar!, ¡cuánto tiene para decir!, si se dieran esos espacios de libertad para que pueda hacer el nido de la humanidad; hay que ser más consciente y caer en cuenta con las comunidades indígenas que tienen esa esencia.
Tenemos mucho que abrir respecto a las mujeres, podemos aprender y revertir con más respeto y consciencia de que cada mujer es sagrada, dejando tanta ambición, tanto poder. Siento que ahorita se están viviendo horas muy fuertes y difíciles de la humanidad muy equivocada, un camino muy equivocado que tenemos que regresarnos y voltear a mirar.
Es algo que hemos perdido y que ya no sabemos cómo encontrarnos, cómo comunicarlo. Lo bueno es que estas culturas, estas comunidades indígenas, que lo tienen bien claro, nos lo pudieran comunicar. El respeto y la maravilla del ver al otro en su propia expresión y vida, la admiración hacia la hermosura del otro, puede ser un indigente, una prostituta, una profesora del colegio… ver lo sagrado del otro, lo hermoso del ser y eso nos lo enseña muy bien la naturaleza.
La belleza de la vejez
El ser y el alma se dispone, en todo (s) se encuentra belleza. Hace unos días veía que hay mujeres mayores que están cambiando su aspecto físico para verse más jóvenes. Y resulta que en las veredas hay abuelas, hemos tenido un grupo de mujeres que nos vamos a visitar a las abuelas, que están solas, viven solas y que físicamente están muy decaídas; harán coger las ovejas, y todo… pero, esa belleza al sonreír, esa esencia de la vida tan hermosa y decía: ¡Dios mío… Hay una belleza preciosa, hermosísima! ¿por qué la mujer quiere cambiarse para perder esa belleza? Es una tentación para todas querer ser más jóvenes… necesitamos referentes y mujeres sabias que nos hablen. ¿Cómo podemos llegar y abrir espacios? Yo pido, por favor, que las mujeres abran espacios para las mujeres mayores. Siempre he soñado con eso, y el único instrumento es la mujer para ayudar a tejer entre la abuela y la niña.
Hay algo que me preocupa muchísimo. Cuando era niña, en el campo, no había baños ni nada. Se bañaba una en un pozo o en un río, entonces, había que bañar a la abuela, poner a calentar el agua en un fogón y bañarle cuando estaba muy decaída, cuando ya se estaba yendo, y eso hace que caigamos en consciencia de la realidad, de la verdad, de la humanidad, de la belleza, de eso que es real, que está ahí, que ahí voy a llegar; pero que si no veo esto y me lo ocultan -porque ahora los niños no ven a los abuelos – ¡no los ven! No los ven en su realidad…
Cuando veo a las abuelas, veo sus cuerpos y son hermosísimos, pero las caricaturas que se hacen en esta sociedad, los chistes, lo que muestran, es que el cuerpo de las mujeres es terrible cuando llega a vieja. Y, ¡eso es mentira! ¡Es mentira! Tienen que ir a mirar a las abuelas, ayudarlas a bañarlas, ayudarlas a alzarlas, todas esas realidades que hay que ver ¿para qué? Para seguir el camino, para tener más consciencia de la realidad y la belleza. Si de aquí nos vamos y qué bonito irnos dejando algo y ser en consciencia, haber tejido, y ayudar… las jóvenes y las que al menos tenemos salud poder ayudar a las mujeres mayores y abrir ese espacio para que se puedan comunicar y puedan contar (sus historias).
Si no tenemos referentes, si no escuchamos testimonios, lo único que escuchamos son medios de comunicación que sólo buscan hacernos cosas para sentirnos seguras, y la seguridad no es esa. De todas maneras, ahí está la vejez, interiormente está, la podemos tapar, pero ¡ahí está! Y qué pasará cuando el cuerpo envejezca más y resulte que las pieles se estiren con todo esto que nos hemos puesto, y las pieles cambian. La piel con la vejez -según lo que le ha pasado en la vida- empieza a causar llagas. No hablamos de esto, pero es así.
La muerte
El punto de quiebre fue esta pandemia, fue caer en cuenta que estoy aquí y ya me voy. Al lado mío (en el taller) estaba una amiga y compañera Claudia, mucho más joven y fuerte que yo, una mujer bella, y, de pronto, cae con el covid y en tres días se va. Para mí eso fue: ok, ya me va a tocar. Antes de la pandemia sentía qué linda es la muerte, que bonita es, trascender.
Sentía que la muerte me podía llegar y yo estaba feliz, o sea, no sentía pánico ni nada. Es más, me disponía a ella. Al llegar a la pandemia y ver que en mi entorno murieron más de 15 personas… (fue)una cosa terrible. Empiezo a sentir pánico, o sea, yo sentía humanamente que si me llegaba la hora (…) no he aprendido ¿cómo es la hora de la muerte? ¿Cómo es eso? Las abuelas tienen mucho que contarnos, las personas que han despedido, hay muchos seres que han tenido mucha comunicación.
Había una amiga muy especial, Aurita. Tenía Parkinson, y era terrible porque todo su cuerpo se estremecía y estuve con ella a la hora de su muerte, la estaba acompañando y como a las 2 de la madrugada -fue mi primera experiencia en la agonía de una persona- y no sabía qué hacer. Yo la miraba y decía: ¡qué hago! Y estaba agonizando a esa hora y salgo corriendo a buscar a alguien y volví porque no podía dejarla sola porque estaba muriendo me impactó tanto porque quería hacer algo, pero no sabía qué hacer. No tenía ni idea de qué hacer. Eso me marca y me duele muchísimo porque no puedo creer que mi ser no tuviera consciencia y no supiera qué hacer a la hora tan trascendental de ese ser que se estaba yendo. ¿Qué hacer realmente? ¿cómo estar? Llega una mujer mayor, se sienta junto a ella, y le cogió la mano y le decía: ‘Aurita fue una alegría que nos acompañaras, sabes que te amamos, ve, vete, sé libre, llegó el descanso’ ¡La forma en que le hablaba! Comprendí que tenía que tomar de la mano para darle fuerza para que el otro pueda irse, humedecer los labios porque a la hora de la muerte se secan. Hacer bonita la despedida, poner música… los testimonios de mujeres mayores son necesarios de conocer y contar porque la hora de la muerte es una cosa trascendental.
Con esta experiencia y testimonios de mujeres mayores, pensé (durante la pandemia) que si llegaba la muerte había que estar tranquila, dejarme sorprender de lo que me falta y que la vida me va a traer. Ahora contemplo el aire que me da en la cara. Cierro los ojos y lo siento (el viento) porque me voy de acá, el sol lo siento y digo ¡qué belleza! está calentando mi piel.
Lo que está en esta trama, esta urdimbre, nos dio la vida, esta urdimbre hay que vivirla.
Somos identidad de una trama de hilos invisibles de mujeres latinoamericanas.
Ya está, ya está, es un tejido, lo tenemos que mirar ¿cómo lo estamos tejiendo?, ¿Entre todas?, sí, ya hay algo. Siempre lo ha habido. Lo que tenemos que observar es cómo ha sido ese tejido. Qué es lo que estamos entregando las mujeres a América Latina ¿Qué es lo que estamos haciendo? ¿Cuál es ese tejido? Y ¿cómo podemos dejar ese tejido de ahora en adelante? ¿Qué más le ponemos? ¿Qué más podemos hacer? Y ¿Cómo mejorar este tejido? Totalmente, somos un colectivo.
La emoción -como hilo invisible- es que somos mujeres, lo que significa mucho: somos creación, dimos la vida. La mujer latina es la humanidad en América Latina, somos el instrumento. Nos une una fuerza que nos da el territorio, somos una fuerza vital que tenemos que mirar bien, es hermosa y ¿cómo la vamos a usar?, ¿cómo la estamos tejiendo? esa fuerza ¿para dónde la llevamos? O ¿nos la guardamos?
¿Qué vamos a hacer con esa fuerza tan hermosa? ¡Qué estamos haciendo! Y, ¡cómo voy a seguir! Porque habrá momentos en que está fuerza esté, pero por cosas exteriores, no la dejen irradiar, sacar y expresar. Hay que tener mucho cuidado y ayudarnos que esta fuerza que está en todas… hay algo que nos une, además, a muchísimas mujeres: la violencia… diferentes tipos de violencia.