Valparaíso: liderazgo femenino al servicio solidario de las ollas comunes
Por Belén Escobar Quezada
Educadora popular, dejó las aulas de Historia, pero nunca su vocación de educar. Reparte su tiempo entre un abanico de actividades que la mantienen a la cabeza de diversas iniciativas comunitarias. Aunque considera que las mujeres son de una u otra manera permanentemente “abandonadas”, su ímpetu la ha empoderado como un ejemplo para las nuevas generaciones. En esta entrevista comenta su vida, su tan amada profesión, sus diversos trabajos sociales y su perspectiva de la mujer en Chile y Latinoamérica. Se denomina: educadora popular.
40 minutos esperando un bus en la avenida Pedro Montt del Almendral de Valparaíso para llegar a tiempo al encuentro con la educadora popular, al cerro Ramaditas de la ciudad-puerto. Intento frustrado: no queda más que subir en Uber.
La numeración de las viviendas en la capital cultural de Chile no es lineal. Se encuentran desordenados: 1, 2, 5, 10, 3… un laberinto fascinante entre colores, escaleras, perros y gatos mirando por la ventana y anunciando la caminata de estas visitantes.
– ¡Por aquí! -se oye con voz risueña.
Aparece una mujer, bella, con voz ronca… ¿fumadora? Su sonrisa es cautivadora, pero mucho más su palabra, testimonio y experiencia en el territorio en organización y colectivos.
Durante la pandemia se articularon alrededor de 350 ollas comunes en la región de Valparaíso. Su gestación y coordinación ha estado mayoritariamente liderada por mujeres, pero que a la hora de involucrarse entregan su tiempo y dedicación para responder a las necesidades de sus barrios.
Una de ellas es Hortensia Durán, una mujer cálida y sencilla que evita protagonismo porque su convicción está en las bases, como aprendió con el sacerdote André Jarlan en sus trabajos voluntarios siendo universitaria.
La mujer latinoamericana
La primera palabra que se me viene a la mente es abandono, en general las mujeres somos abandonadas, no solamente por el Estado, también por las propias familias y fundamentalmente por las parejas. En Latinoamérica encontramos a mujeres solas saliendo adelante, criando a sus hijos, abriéndose espacios en conjunto con sus pares. Gabriel Salazar se refiere a ellas como las abandonadas en un periodo de la historia. Los sexos son fundamentales y naturalmente masculinos; la estructura patriarcal está hecha para los hombres. En una mirada actual esto se acentúa, son las abuelas, las tías, las madres, las hermanas mayores las que se hacen cargo de los roles de cuidado y las que deben proveer.
Antes de la pandemia, ¿Crees que las mujeres latinoamericanas decidían sobre sus vidas?
No. La estructura patriarcal aparenta abrir espacios, pero al mismo tiempo no permite decidir sobre tu vida. Para empezar la decisión sobre tu cuerpo y tu propia sexualidad, que es un derecho básico de todas las personas, no sólo en Latinoamérica, sino que en gran parte del mundo, es algo que tenemos legado, pero ha sido siempre clandestino y esa negación es la base de otras negaciones. Por tanto, tenemos pocos espacios para decidir sobre nosotras mismas. Siempre lo hemos hecho a contrapelo de la sociedad y de las normas, pero eso no es decidir con libertad, es a contrapelo de una negación.
¿Cuáles eran las decisiones cotidianas que podías tomar por tu cuenta, sin depender de alguien más? ¿Qué decisiones no dependían de ti?
Es relativo en realidad. Hay decisiones domésticas y pequeñas que las mujeres estamos acostumbradas a tomar. Cuáles son los horarios, tal vez a qué colegios van los hijos, pero no hay una decisión independiente en casi ningún aspecto, porque todo depende de otros factores. Cuánta educación o dinero tienes; si te permites algunas libertades familiares o emocionales. Pero esto no afecta solamente a las mujeres, afecta a la sociedad en su conjunto. Desde el punto de vista femenino tenemos pocas herramientas y libertades para decidir, porque los elementos exógenos son tan abrumadores y dictatoriales en una sociedad competitiva, de consumo, que la verdad es que tenemos poca libertad para decidir.
Ante las dificultades que atravesamos como continente por la pandemia ¿Cuál debería ser el desafío de las mujeres latinoamericanas? ¿Cuál es el desafío en tu comunidad? ¿En tu familia?
Hace mucho rato que no nos queda más camino que salir a conquistar más derechos efectivos e intencionar el trabajo comunitario en todos los aspectos, esta crisis económica ha estado muchas veces nuestra sociedad, sociedades latinoamericanas particularmente, pero hay una estructura que no ha sufrido ningún cambio, lo vemos en todas aquellas cuestiones que son vitales para la vida civilizada y con dignidad, esto permite en tiempos de una crisis económica tan severa como esta, que muchas familias están siendo afectadas en su estructura, no es solamente que no tengas para comer, es también donde los periodos en que las familias se deshacen, estos son los periodos en que las mujeres se quedan solas. El trabajo comunitario es lo único que te queda para ayudar y ayudarse, el idear estrategias que te permitan, primero, solventar el proceso de crisis y segundo dar un paso más hacia los derechos concretos, lo mismo sucede en la familia, yo creo que no hay más alternativa que esa.
Si tienes que decidir una emoción que sientes en pandemia y que puede representar a miles de mujeres latinoamericanas ¿cuál es?
No es una emoción, la verdad; es un concepto: la solidaridad. Eso fue lo que movió a muchas mujeres.
Entretejido del yo-yoes
¿Cuál es y cuál ha sido el rol de las mujeres en tu familia en la economía familiar? ¿Cuánto trabajas fuera y dentro de tu hogar?
Yo vengo de una familia de mujeres poderosas. Tengo 5 hijas, así es que es un matriarcado… hasta mi perro es hembra (risas). Siempre hemos estudiado, trabajado y colaborado comunitariamente. El trabajo en la casa es compartido siempre. Aparte del aporte monetario, en términos de trabajo de casa, aquí todos hacen su parte. En mi caso trabajo mucho. Además de lo mencionado, también soy cuidadora de dos adultos mayores, mi suegro que tiene 85 años y tiene una cardiopatía severa, está con un 24% de su corazón funcionando, por lo que está postrado. También tengo a una tía de mi marido, que tiene 92 años. Hemos cuidado a todos los abuelos de la familia; hemos enterrado a ocho y todos están bajo nuestro cuidado.
La olla común
– ¿Qué participación de una mujer te parece destacada en tu comunidad? ¿Cómo participas tú?
– Tengo muy buenos ejemplos. Uno de los nombres que se me vienen a la memoria es Andrea Cid, que fue el motor y el alma de la olla común. Mujeres como Sarita, con un hijo enfermo, con casi 70 años, pero que siempre está disponible para el trabajo comunitario. En general, en los cerros de Valparaíso siempre vas a encontrar mujeres líderes que impulsan acciones comunitarias (…). Mi aporte es siempre desde la perspectiva educativa. Yo colaboro con el Cesfam (Centro de Salud Familiar) de mi sector, en Reina Isabel II. Allí trabajó con la gestora comunitaria y hacemos talleres de historia barrial, identidad de las comunidades (…). También soy tutora voluntaria de los séptimos años de la Escuela de Medicina en la Universidad de Valparaíso, donde hago salud comunitaria para los chicos que están haciendo el paso de salud comunitaria en el Cesfam.
¿Cuáles son las actividades cotidianas que te identifican con tu comunidad?
Lejos, mi trabajo educativo, que me convoca y apasiona, con el que siento que yo puedo colaborar. Estoy en un proceso, además, por la edad que tengo, en que me he puesto como misión traspasar ese conocimiento, así es que siempre estoy estudiando, innovando, en metodologías, en formas, porque siento que esa es mi pega, todo lo demás es secundario. Es lo que me tocó en la vida, mi motor es la educación.
¿Cuál es tu relación con el tiempo?
Los tiempos de la comunidad, que son siempre históricos, como dice Salazar son tiempos espesos, porque cuando trabajas con la comunidad avanzas dos pasos y a veces retrocedes diez. Es una cosa que se mueve muy lentamente. Cuesta que las iniciativas cuajen, porque cuando hablamos de trabajo comunitario, esta no es una cuestión romántica, es una cuestión muy práctica de vida. (…) Se requiere un grado de paciencia y como no hay recursos, siempre hay que inventar algo. La concepción de las necesidades son procesos lentos de asimilar, en una sociedad consumista como esta, nosotros asumimos como necesidades cuestiones que en realidad son satisfactorias. En la vida personal, me pasa que hay una dicotomía de tiempo durante la pandemia. Los días eran largos, pero al mismo tiempo sentía que hacía muy pocas cosas. Ha costado mucho retomar una velocidad de vida racional. Todavía me resulta mucho estrés estar rodeada de gente, por lo que me agota mucho emocionalmente.
¿Hay algún momento del año especial para usted y su entorno, ya sea por sus labores o sus cercanos?
Navidad. Tenía navidades muy felices cuando era niña. Mi papá era el que se encargaba de hacer el árbol; tuve un papá súper cariñoso, además amaba a sus mujeres. Un hombre muy progresista en su tiempo, un hombre que hacía cosas en la casa, que lavaba ropa. Mi papá nació el año 1926, entonces era un fenómeno y para él la navidad era muy importante, entonces para nosotros, eran tiempos muy felices y yo lo he replicado en mi familia. En esta casa no se hacen regalos, una vez que las niñas crecieron ya no se hacen regalos. Me pongo a arreglar la casa, pongo el árbol, comida rica, casa abierta, siempre hay un invitado y armamos cosas para los niños de la comunidad. Armamos concursos de dibujo… En fin, nos ingeniamos para hacer muchas cosas, muchas cosas.
Pandemia ¿Neoliberal o colectiva?
¿Cómo se enfrenta económicamente en la pandemia una mujer latinoamericana? Tú, ¿cómo lo haces? ¿Qué cambios tuviste que hacer para enfrentar las condiciones de la pandemia?
– Con creatividad y mucha responsabilidad. La pandemia ha significado una carga adicional para las mujeres. Nadie se percató de la enorme carga laboral y emocional ya que, al estar todas las familias encerradas en sus casas, con poca comunicación con el exterior y con un gran individualismo, una debía hacerse cargo de las emociones de los demás, de la contención y de guardar los propios sentimientos para no generar tensión, además de estar conectada realizando tu trabajo, por lo que tenemos una población femenina que está psíquicamente al borde por no poder procesar aquello. Yo tengo una vida tranquila por lo que no cambió tanto, me permitió estudiar y reflexionar más. Tengo una casa cómoda, entonces la interacción no fue tan invasiva; me preocupé de mi jardín y me dediqué al trabajo comunitario donde me permitió salir un poco de la lógica individualista. Fue una buena experiencia.
¿Cómo era un día cotidiano de tu vida antes del inicio de la pandemia?
Fíjate que no cambió mucho, porque esto es un trabajo de largo aliento desde hace muchos años y se intensificó durante la pandemia, porque había otras responsabilidades y otros trabajos que eran urgentes, pero en realidad mi vida se modificó muy poco durante la pandemia, suena raro pero la verdad es así.
En la pandemia, ¿cuál es la relación entre la vida y la muerte? ¿Cuál es la relación con el miedo y las creencias o la incertidumbre y la memoria?
Ya hace mucho rato que la muerte es como bien amiga mía, fundamentalmente porque he visto morir a mucha gente. Los abuelos que hemos cuidado como familia han muerto a mi lado, no necesariamente en el momento, pero sus últimos momentos a mi lado, por lo que hace mucho rato la muerte es mi amiga. Y mi relación con la memoria es repoderosa. Soy profesora de historia; para mí la memoria es relevante, rescatar la memoria de otros, rescatar en conjunto hacer recordar, en latín, es volver a pasar por el corazón, y la memoria tiene esa característica.
¿Existen prácticas solidarias entre mujeres en esta pandemia? ¿Cuáles?
Las contenciones emocionales, eso se vio mucho. Yo tengo varios grupos de amigas de varias cosas que he hecho. Tenemos un grupo de mujeres. Cuando mis hijas estudiaron en el Eduardo de la Barra, en las asambleas uno se reunía con distintas mujeres y hombres. Los hombres se acoplaban mientras que las mujeres lideraban y con un grupo de estas mujeres continuamos siendo amigas hasta hoy, por lo que es fundamental la contención emocional. Varias de estas amigas pertenecen a trabajos comunitarios o colaboran en fundaciones, por lo que esos llamados de simplemente saber cómo estás, eran una gran contención. Formas de colaboración mutuas, de contenerte emocionalmente para salir adelante, para levantarte al día siguiente.
¿Qué conversaciones quedaron pendientes? ¿Qué prácticas familiares y de la comunidad quedaron suspendidas? ¿Qué ritos no se realizan de la misma manera?
Las reuniones presenciales y se suspendieron los talleres. Teníamos un proyecto muy bonito. Como he sido cuidadora por tantos años, he insistido en el Cesfam que hagamos un programa de cuidado de cuidadores. A nosotros nadie nos cuida; los duelos son raros, es una mezcla de culpa y de alivio, pero además los cuidadores no tienen protección legal, ingreso propio y no hay herramientas para insertarse en el mundo laboral nuevamente, por tanto, es un problema grave en una sociedad que se está envejeciendo. En la casa se modificó, como en todas las casas yo creo, la forma de relacionarse. En tiempos normales, mis hijas iban a la universidad o a los trabajos, yo a veces las veía en la noche o el fin de semana. Con la pandemia todos aquí en la casa, empezamos a comer más y tuvimos que practicar más la tolerancia.