“Tenemos derecho al ocio y las mujeres jóvenes latinoamericanas no sentimos culpa por vivirlo”.
Por Dra. Angélica Pacheco y Marcela Blanco
Mi nombre es Karen. Tengo 27 años, nací en Tegucigalpa, Honduras. Actualmente vivo en Madrid, España y estoy terminando un Máster en Profesorado y trabajo medio tiempo como profesora de inglés como lengua extranjera.
Viví en la colonia La Modelo que se encuentra al sur de la capital, cerca del aeropuerto internacional. Tegucigalpa es una ciudad que posee cerca de un millón y medio de habitantes.
Como siempre quise seguir estudiando, me trasladé a España al término de graduarme de Psicología en la UNITEC de Honduras. Decidí la ciudad de Madrid porque sus universidades están muy bien valoradas y realicé un Máster en Psicología Clínica. Me he quedado un año más para obtener el Máster en Profesorado… Algo que era temporal, ha terminado siendo permanente.
Identidades de mujeres latinoamericanas
Las mujeres latinoamericanas son -tal vez no puedo hablar por todas porque no conozco de todos los países de América Latina- en general mujeres muy luchadoras, mujeres muy trabajadoras. En Honduras, somos muy fuertes de carácter y lo que es más valioso para nosotras es la familia. Yo creo que lo que caracteriza a las hondureñas es el sentido del trabajo y sobre todo el sentido en la familia.
Las mujeres han tenido un gran rol en mi vida por muchos años. Mi madre -bueno, mi madre ya falleció- fue mamá soltera después del divorcio de mis padres. Ella nos sacó adelante a mí y a mis hermanas. Ella no terminó su carrera porque se casó muy joven, entonces, me decía y me inculcaba la importancia de tener estudios, de prepararme, de poder formarme y defenderme en la vida ¿no?, entonces ella… (guarda silencio) yo vi que logró salir adelante y tener una carrera, aunque no tuvo estudios universitarios, pero pudo trabajar, tener estabilidad económica. Para mí ha sido un gran ejemplo, ese motor de esfuerzo, sabiduría, un gran modelo (a seguir).
Mi abuela tiene un rol muy importante en mi vida porque mi madre falleció hace 10 años y mi abuela materna sigue viva y es una mujer muy joven, o sea, una abuela muy joven, de 70 años con mucha energía (ríe). Ella -al igual que mi madre- me inculcó mucho la importancia de poder crecer como mujer, como profesional. Tengo muchos sueños que cumplir y mi abuela es ese apoyo. Sin ella no sé qué haría… Ella es quien me dice ‘yo creo en ti, tienes las capacidades de lograr todo lo que te propongas, ten paciencia contigo misma’ y ha sido un gran pilar.
La ruta de la autonomía como mujer
Yo creo que sus propias historias que es la historia de muchas mujeres en Latinoamérica y, en Honduras, en particular, es o fue muy común hace 20 años, que la mujer sólo se dedicara a la familia, a los hijos -que tan poco es algo malo porque es muy importante- sin embargo, en muchas situaciones las mujeres se encontraban divorciadas o con problemas económicos y no podían mejorar la situación económica de su entorno por no tener estudios. No se le abrían las puertas por no tener, pues, un título universitario. Claro, a mi madre se le cerraron muchas puertas por no tener estudios universitarios y ella nunca quiso que eso me pasara a mí y les pasara a mis hermanas. Por eso, desde muy joven, nos decía ‘si quieres formar una familia, está bien, pero fórmate tú primero como profesional, como persona para que te sepas defender en la vida’ a través de una carrera universitaria.
La nueva vida híbrida en confinamiento
En lo personal, en el contexto familiar, yo había terminado mi carrera y estaba haciendo mi primer máster. Mi hermana estaba estudiando su carrera de Enfermería y la tuvo que hacer de manera online. Entonces, ¿cómo nos afectó? No tener esa formación más personalizada, más humanizada; sino que todo fue través de la pantalla… Era tan frío. Hablamos con mi hermana y sentimos que perdimos una parte muy importante de nuestra formación por la pandemia. Bueno, mi hermana estaba estudiando Enfermería ¡imagínate! en una crisis sanitaria mundial estudiar una carrera de la salud a distancia. Entonces, no es lo mismo. Y yo estudiaba un Máster en Psicología Clínica y hablábamos de temas humanos, de trastornos de personalidad, de las depresiones, de la ansiedad, todo que tan tangible, pero era tan frío por el tema de tener que recibir clases en un ordenador, en una computadora. Yo creo que muchas mujeres se han sentido frustradas o no sólo mujeres, personas, porque sienten que les han quitado esa parte muy importante de sus vidas, de poder recibir una formación universitaria más humanizada.
La pandemia representada en una emoción
Impotencia, creo yo. Hay mujeres muy trabajadoras que quieren luchar y salir adelante, ayudar a sus familias, sin embargo, estábamos teniendo tantas restricciones que no podíamos salir, no podíamos trabajar. Aquellas que sólo podían trabajar de manera presencial como limpiar casas, cuidar niños… una impotencia porque quieres trabajar, o sea, tienes toda la capacidad para trabajar, pero ahora (hace referencia al momento del confinamiento) parece que el mundo se está terminando, entonces, ¿cómo me voy a mantener a mí misma?, ¿cómo voy a alimentar a mi familia? y no hay nada que una pueda hacer. Entonces, impotencia es la palabra.
El tema de la presencia masculina en gran parte de mi vida estuvo carente. Y con el tema de las responsabilidades del hogar sí que hay gran desequilibrio y desigualdad. Las mujeres tenemos más esa carga de mantener el hogar limpio, impecable, todo en orden y yo no veo a los hombres de mi familia tan preocupados como las mujeres. Y aparte de esto, es esa carga más la carga de ser madres, otra proveedora más de la casa, y el hombre… la única preocupación es proveer y ya está y llega a su casa y está (de) lo más tranquilo de la vida.
La invisible pandemia en salud mental
No quisiera decir que sólo son las mujeres las que padecen los problemas de salud mental de los niños. Hay papás que se involucran. Pero las madres se preocupan más, y aun así se involucran hasta donde pueden porque ellas tienen la carga de mantener el hogar en orden. Los dos padres proveen. Ellas también tienen sustento en el hogar. Se preocupan y hacen lo que ellas pueden. Hay ciertas cosas que las están estirando, tantas cosas que las están moviendo de un lugar para otro, esperando que sean súper mamás. Ven las consecuencias y secuelas que ha dejado la cuarentena en los hijos. Pues, hacen lo que pueden. Pasar más tiempo con ellos, hablar con ellos, llevarlos a recibir ayuda.
Tengo pocas amistades españolas, pero yo creo que aquí es más equitativo. Veo más a los hombres más involucrados, a los papás más involucrados. Pero es una impresión. Bueno, casi siempre es la mujer el sustento emocional de la familia.
Creo que las mujeres tenemos ese talento de ser más compasivas, de tener un instinto maternal y capacidad de acoger más que los hombres, de la manera en que están estructurados psicológicamente se les hace más difícil.
El derecho al ocio para las mujeres latinoamericanas
Yo creo que sí hay derecho al ocio en América Latina, en Europa, sin embargo, hay una situación donde muchas mujeres no disfrutan su tiempo libre. Hay una cierta culpabilidad en muchas de ellas de sentir que ‘yo tengo que ser súper mamá, o súper mujer, o súper trabajadora’. Entonces, muchas mujeres se sienten culpables por disfrutar su tiempo libre; o culpables si pasan una hora sin sus hijos. Es algo interno la culpabilidad consciente o inconscientemente que se nos ha inculcado y que tenemos que ser las súper mujeres, que tenemos que abarcarlo y hacerlo todo. El derecho existe, yo creo que a veces somos nosotras mismas las que no nos permitimos disfrutar de ese derecho.
Es cultural. Yo me atrevo a decir que es cultural por las mismas imposiciones que se nos ha generado desde pequeñas, generaciones anteriores han sufrido más, aunque esta generación sufre menos. Para mí era muy común, pues, ver a mis abuelas, a mis tías, que nunca en una reunión se podían quedar a disfrutar de la compañía de la familia. Tenían que estar cocinando, o limpiando, o atendiendo a no sé quién. Hay cierta culpabilidad de que no estoy haciendo algo, si no estoy en constante movimiento algo estoy haciendo mal. Por eso estoy sirviendo, atendiendo a otros.
En Honduras (esta situación) ha ido cambiando a lo largo de los años. En las familias más jóvenes, en los matrimonios más jóvenes existe más igualdad, veo más común en los hombres jóvenes que ayudan más en los hogares y sí, no tengo tantas amistades de mi edad que están casadas todavía (se ríe), pero las pocas que sí lo están, yo veo que ahora sí nos estamos permitiendo disfrutar de nuestro tiempo libre.
Esa vida cotidiana en una vida
Los últimos meses, antes de la pandemia, en un día cotidiano me levantaba a las 7.30 y 8.00 de la mañana. Estudiaba el máster cuyas clases se dictaban en las tardes de 17.00 a 21.00 horas. Por lo que, tras levantarme, ducharme, tomar un desayuno, estudiar, tenía toda la mañana libre. Era una buena época, en ese entonces (ríe). Comía en casa y como vivo en una residencia de estudiantes; comía con ellas y después eventualmente a las 16.30 me iba a la universidad y así toda la semana. Y el fin de semana salía a tomar café con una amiga, en pocas ocasiones, a una fiesta.
Una vez que comenzó la cuarentena fue muy curiosa porque en mi residencia de estudiantes éramos unas 25 chicas. Sólo 3 de Latinoamérica, entonces, no pensábamos regresar a nuestros países porque teníamos cosas que hacer en Madrid, entonces, las otras chicas eran españolas quienes regresaron a sus pueblos. Nos quedamos quedamos las latinoamericanas: una de Ecuador, otra de Perú y yo. Entonces, fuimos las tres por dos o tres meses. Un día normal en esa época… para empezar mi ritmo de sueño se vio alterado. A veces me dormía a las 4 ó 5 de la mañana, no te miento. Y me despertaba a las 14.00 horas para comer y tal vez me duchaba y recibía mis clases on line. Y a veces si me despertaba más temprano, comía con mis otras compañeras. Sólo salía cuando tenía que ir al supermercado o las veces puntuales que tuve que ir a la farmacia. Entonces, a las 20.00 de la noche nos asomábamos por la ventana a escuchar a los vecinos que aplaudían al personal sanitario. Y todos los días era hablar con la familia en Honduras. Como estaba sola, se preocupaban mucho ¿estás bien? Me preguntaban, ¿te estás cuidando?, ¿te estás protegiendo?, y si hubo una sensación de aislamiento porque ya no podía vivir la experiencia de estudiar el máster en la universidad; la estaba recibiendo desde un ordenador. Algo que podía haber hecho en Honduras; significó recibir las clases virtuales.
Logré mantener mi habitación ordenada, hasta donde podía, más en ese entonces, porque si mi habitación iba a ser el lugar donde iba a pasar más tiempo, iba a tratar de mantenerlo ordenado más tiempo. Comer con amigas, dentro de la residencia. Estudiar, o sea, los horarios de estudios eran los mismos. No tenía muchos ritos específicos, pero sí esos eran los que pude mantener. Y adquirí unos nuevos como preparar comidas más elaboradas, más saludables, en vez de recoger algo más rápido o recalentado.
Justo ese año se casó mi hermana en agosto de 2020 en Estados Unidos. Entonces, claro, previo a la boda nos conectamos para poder felicitarla y con mi familia en Honduras programábamos la videollamada, todos los sábados para preguntarnos cómo estábamos con la pandemia. En navidad, no. Pero sí aprovechamos la tecnología en la boda de mi hermana. Por las circunstancias de la vida tuvimos que estar todos separados.
Las redes híbridas
Me mantuve vinculada a través de las redes sociales siguiendo diarios de Honduras e internacionales. Siempre por esa vía, también usaba YouTube porque aparecen los videos de las historias más recientes. Así me iba enterando de lo que ocurría en Europa y América Latina. A veces teníamos restricciones nuevas, otras veces, las quitaban y entonces me iba enterando a través de la red.
En ese entonces la red social que más utilicé fue Facebook, y bueno también Instagram. Ahora ya no utilizo Facebook, lo borré un año después de la pandemia porque ya no lo utilizaba tanto e Instagram lo usaba antes de la crisis sanitaria, lo tenía hace muchos años, y también lo había borrado junto con Facebook, pero lo retomé hace unos meses. Aunque ya no uso tantas redes sociales, lo veo útil y más para alguien como yo que está lejos de casa. Quiero enterarme de lo que pasa en mi país, donde estoy viviendo, quisiera saber qué están haciendo mis seres queridos, qué eventos están haciendo. IG es mi única red social que utilizo para publicar o enterarme de lo que está sucediendo.
La premisa frágil de la vida
Gracias a Dios, en ese entonces, no falleció nadie cercano producto de la pandemia; pero sí escuchaba de un pariente, de una amiga, de alguien que era joven. Entonces, el tema de la muerte, bueno, antes de la pandemia, yo ya tenía la concepción de que la vida es frágil, podemos estar fuertes, sanos y jóvenes y el día de mañana, pues, se nos arrebata todo, así como si nada. Eso es algo que durante la pandemia se me reforzó. La premisa que siempre he tenido y no por un pesimismo, sino por realismo. Es verdad, eso nos puede pasar. Esa premisa la sostengo y la sostuve en el tiempo de la pandemia para poder ser más agradecida por lo que tengo, sea mucho o sea poco, aunque esté viviendo tiempos difíciles por agradecer a las personas que tengo a mi alrededor, entonces, también me tomaba el tiempo para hablar con mis parientes porque yo me decía, aunque ellos están jóvenes, algunos también tienen condiciones de riesgo. Es vivir el tiempo presente y agradecer por ello.
Identidades comunes
La red más allá de la red depende de las comunidades en que nos encontremos cada una. Pues muchas mujeres se unen por el tema de la maternidad, muchas mujeres jóvenes nos unimos en el ambiente de estudio, hay un sentido de hermandad en las comunidades de estudios; de amistades, las mujeres que son madres de familia se apoyan. Hay mucho sentido de apoyo mutuo dependiendo en qué etapa de la vida en que estemos.
Soy sincera. No me he involucrado en un movimiento feminista, en Honduras -que yo conozca- no hay movimientos feministas tan activos como en Chile. No me he unido a ellos (movimientos) porque no hay mucha actividad. Tal vez no me he interesado tanto y trato de cultivar ese sentido de hermandad y compañerismo a mi alrededor.
La expresión de tatuajes es artística. Las mujeres indígenas no se tatúan tanto. En absoluto. Las mujeres más jóvenes, hoy en día, sí se tatúan más no para probar un punto o rebelarse a algo. Simplemente por una expresión artística, de cómo son ellas mismas porque los tatuajes, la ropa, la forma de peinarse, la vestimenta, la moda es una forma de expresarse como individuo. Hoy los tatuajes ya no son tan estigmatizados como lo eran hace 20 años en Honduras y bueno fueron muy estigmatizados por el tema de las pandillas maras. Tristemente, sí, tenemos maras. Están asociadas a prácticas de violencia. Los mareros se identificaban a partir del tatuaje y quedó grabado en la sociedad en Honduras. Alguien que esté tatuado porque tiene alguna relación con las pandillas. Hoy no es tanto así, los tatuajes son expresiones artísticas porque les gusta la imagen.
Creo que hay muchas demandas de las mujeres. Exigencias como ser respetadas en el hogar, en la sociedad como individuos y personas que tienen un intelecto, un valor y no desde un valor de una sociedad machista como la de Honduras donde la mujer es vista como un objeto sexual. En eso yo creo que las hondureñas están intentando luchar contra eso y poder mostrarle a sociedad que tenemos intelecto, que tenemos talento, que tenemos un montón de cosas que aportar a la sociedad; y que no sólo somos caras o cuerpos bonitos que somos más que eso en la sociedad y en el hogar somos sólo las que mantienen el orden del hogar como lo dije al principio. No está mal cuidar de su hogar, pero también puede aportar más a la sociedad.